Un céntrico inmueble del barrio de San Marcelino de Valencia reúne a una familia numerosa recién llegada y a tres mujeres ancianas que habitan en el vecindario desde hace casi 50 años
Eusebia, no reniegue tanto que está usted muy bien”. “Huy, sí, Angelita, usted sí que está bien, es una joven aviejada”. Y las dos amigas ríen con picardía mientras se quejan de la edad y comparan la hinchazón de sus piernas, pesadas por el calor veraniego.
Eusebia Illera, a punto de cumplir los 80 años, es vecina de Angelita Diez, de 78 años, desde hace casi 50 años. Ambas comparten comunidad de vecinos en la calle de Arzobispo Olaechea de Valencia. Eusebia vive en la planta baja y Angelita, junto a su marido, en el primer piso.
Mientras ellas hablan en el portal, Rosario Alpera descansa en la que es su casa desde hace 48 años, en el segundo piso. “Aquí lo tenemos todo cerquita y si nos pasa algo, nos llamamos las unas a las otras”, dice emocionada Angelita. Al mismo tiempo que las ancianas charlan, Susana, de seis años, alboroza en el rellano, junto a la puerta de su casa. Allí vive con sus padres y hermanos prácticamente desde que nació. Las risas de la chiquilla no interrumpen la conversación de las mujeres. A pesar de conocerse desde hace casi medio siglo, siempre hay algo que contar o compartir.
Vecinas y amigas
“De mi barrio me gusta todo, estoy en lo mejor y vivo en la planta baja, que me gusta”, explica Eusebia. Viuda, con dos hijos, cuatro nietos y una bisnieta, sale todos los días a comprar, aunque aquejada por la artrosis que padece. Antes limpiaba el patio común de la finca, donde ahora juegan los hijos de Yolanda Escudero, de 28 años. Esta familia gitana, última en instalarse en el vecindario, convive con las ancianas vecinas, a quienes se están “adaptando”, como argumenta Angelita.
La vecina del primer piso es esta mujer habladora, amable y divertida, animadora constante de sus vecinas para que afronten la vejez con las mejores ganas. Su hija, Cheles Gimeno, de 53 años, es la dueña de la puerta 3, frente a la de su madre. Ella, nacida en el barrio, rememora los tiempos en que el inmueble era una gran casa en la que todos se conocían, “Éramos como una familia”, cuenta mientras arregla algunos papeles.
Angelita colabora en la parroquia como miembro de Cáritas y participa en la recolección de ropa destinada a los más necesitados. “A veces, Susana me coge de la mano y se viene conmigo a la iglesia”, declara Angelita. La niña, hija de Yolanda, comparte aventuras del día a día con su familia, de escasos recursos y que sobrevive gracias a la recolección de chatarra. Yolanda está muy contenta con las vecinas, “se portan muy bien con nosotros”, expresa.
Recuerdos
“Aquí éramos 16 matrimonios y vivíamos como en familia”, recuerda Rosario con nostalgia. La mujer, entristecida, asume su rutina diaria con la mejor sonrisa: “Me levanto, me tomo el azúcar porque soy diabética y me preparo las pastillas de todo el día. Luego ya hago la limpieza”, enumera esta trabajadora jubilada y ama de casa. Y es que Rosario, rodeada de fotos de sus dos nietos, trabajó en un sanatorio, en la delegación de Telefunken y, ya casada, con su marido en el estudio fotográfico que éste regentaba.
Ahora sus días transcurren en casa entre conversaciones con sus vecinas y los estruendosos sonidos que provienen del enorme televisor que preside la acogedora salita de su casa. “Rosario, anímate, ¡si hasta vamos a salir en el Tomate !”, advierte con gracia Angelita. Y su vecina sonríe mientras el fotógrafo dispara varios flashes.
“A mí me llaman la ‘loquita’ de la escalera porque soy la más lianta, la más charradora.”, confiesa la vecina del primer piso. Después de tantos años de episodios superados, para ellas posar para una fotografía es pan comido.
Fuente: Las Provincias.es
Valencia: España
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