“No puede haber cosa más alegre y feliz que la vejez pertrechada con los estudios y la experiencia de la juventud”. Son palabras de Cicerón en su tratado sobre la vejez, tratado que recomiendo vivamente a todos aquellos a quienes su entorno llama viejos.
Y escribo estas líneas porque mi nieto me ha llamado estos días, y varias veces, viejo, eso sí con cariño. Y porque he leído un buen artículo reivindicando el papel de los viejos en la sociedad. Y porque se habla mucho de las pensiones y poco, demasiado poco, de la función relevante de los viejos, no sólo en el presente de la sociedad –ellos, los viejos, que son el pasado, han hecho posible el presente que vivimos-, sino también en su futuro.
Los viejos –y aclaro que lo soy por edad física y no por edad mental- hemos hecho posible la transición pacífica de la sociedad española. Una transición que algunos jóvenes quieren desparramar en parte porque no conocen, ni quieren conocer, los anclajes del presente en el pasado, y en parte porque carecen de lo que Cicerón llama “estudios”, esto es, experiencia, libros, esfuerzo, trabajo. Los viejos hacemos posible buena parte de la vida de la juventud: quienes tenemos nietos, cuidamos de ellos; facilitamos a todos una luz para su caminar, la luz de nuestras vidas y nuestros avatares.
No me molesta que me llamen viejo o me consideren viejo. Lo es quien se refugia en su caparazón del ayer y no tiende su mano a quienes miran al mañana. No me molesta que me llamen viejo. Y no me molesta porque estoy viviendo en presente el consejo que ayer, muchos años atrás, en el inicio de mi vida universitaria, me dio ese magnífico maestro que fue José Corts Grau: debéis devolver a la sociedad todo aquel patrimonio que la sociedad a través de los estudios universitarios os va a proporcionar.
Tengo el pelo blanco, no he acudido a la cirugía estética para parecer menos viejo. Sigo caminando por la vida con una ilusión, tal y como suena, con la ilusión de colaborar para que los jóvenes vivan, hoy y sobre todo mañana, una sociedad mejor y más justa. Desde estas líneas, ¡honor para los viejos!
José Antonio Burriel
Panorama actual.es
Y escribo estas líneas porque mi nieto me ha llamado estos días, y varias veces, viejo, eso sí con cariño. Y porque he leído un buen artículo reivindicando el papel de los viejos en la sociedad. Y porque se habla mucho de las pensiones y poco, demasiado poco, de la función relevante de los viejos, no sólo en el presente de la sociedad –ellos, los viejos, que son el pasado, han hecho posible el presente que vivimos-, sino también en su futuro.
Los viejos –y aclaro que lo soy por edad física y no por edad mental- hemos hecho posible la transición pacífica de la sociedad española. Una transición que algunos jóvenes quieren desparramar en parte porque no conocen, ni quieren conocer, los anclajes del presente en el pasado, y en parte porque carecen de lo que Cicerón llama “estudios”, esto es, experiencia, libros, esfuerzo, trabajo. Los viejos hacemos posible buena parte de la vida de la juventud: quienes tenemos nietos, cuidamos de ellos; facilitamos a todos una luz para su caminar, la luz de nuestras vidas y nuestros avatares.
No me molesta que me llamen viejo o me consideren viejo. Lo es quien se refugia en su caparazón del ayer y no tiende su mano a quienes miran al mañana. No me molesta que me llamen viejo. Y no me molesta porque estoy viviendo en presente el consejo que ayer, muchos años atrás, en el inicio de mi vida universitaria, me dio ese magnífico maestro que fue José Corts Grau: debéis devolver a la sociedad todo aquel patrimonio que la sociedad a través de los estudios universitarios os va a proporcionar.
Tengo el pelo blanco, no he acudido a la cirugía estética para parecer menos viejo. Sigo caminando por la vida con una ilusión, tal y como suena, con la ilusión de colaborar para que los jóvenes vivan, hoy y sobre todo mañana, una sociedad mejor y más justa. Desde estas líneas, ¡honor para los viejos!
José Antonio Burriel
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