De Río Negro on line
Un estudio encabezado por la Pastoral de Migraciones neuquina relevó unos 6.000 residentes chilenos que trabajaron en ambos países pero no pueden jubilarse en ninguno de ellos. Piden gesto político al gobierno del país trasandino.
Domingo nació hace 67 años en Temuco y vive en el corazón de Barrio Nuevo en Roca. Trabajó desde su adolescencia en un aserradero y en el campo, hasta que la crisis de ’70 lo forzó a buscar nuevos horizontes en Argentina.
Ingresó, como muchos, como turista y se fue quedando. En el Alto Valle, realizó por más de 30 años labores rurales, trabajó como albañil y como peón en una cantera, la mayoría de ellos “en negro”. Recién en los ’90 consiguió los papeles que lo hicieron “residente legal” en el país, aunque él jamás pudo aprender a leerlos. El duro trabajo en la cantera dejó sus consecuencias: perdió la visión de un ojo y hoy le cuesta moverse. Su único tesoro es una modesta casa de material en un terreno donado, hoy ambicionada por desconocidos que ya provocaron dos incendios para expulsarlo. Sin jubilación ni obra social, se atiende en el hospital y subsiste gracias a alguna ayuda municipal, la generosidad de sus vecinos y alguna “changa” cada vez más espaciada.
Es que para Chile hace demasiado que se fue y para Argentina hace demasiado poco que reside legalmente. El caso de Domingo es, con variantes, el de unos 6.000 chilenos o hijos de chilenos que habitan hoy en el Alto Valle en el más absoluto desamparo, según un estudio realizado por la Pastoral de Migraciones neuquina, con la ayuda de la Universidad Nacional del Comahue, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) y organizaciones de residentes, que busca que el Estado chileno se haga cargo de los compatriotas que debieron salir de su territorio por razones políticas o económicas y hoy están en la indigencia.
“Son miles de personas que entregaron la mayor parte de su vida productiva a dos países y hoy se encuentran envejecidos, indigentes, enfermos y en el país ‘equivocado’ para recibir alguna cobertura social”, resumen Jorge Muñoz y Ana Pimentel, que desde la Pastoral están impulsando un acuerdo con el gobierno chileno que le otorgue en forma urgente algún grado de protección a este sector, especialmente mediante pensiones asistenciales que puedan ser cobradas en su ciudad de residencia.
Argentina es el país con mayor cantidad de residentes chilenos del mundo, unos 300.000. De ellos, el Alto Valle es la zona con mayor concentración relativa de pobladores de ese origen: hay unos 70.000 repartidos en los que se llama Gran Neuquén (que incluye a Plottier y Centenario) y el Alto Valle de Río Negro. La mayoría de ellos arribó al país entre los años ’60 y ’90 y, en muchos casos, ya están arribando a la edad jubilatoria en precarias condiciones. “En nuestro trabajo cotidiano nos hemos dado cuenta del envejecimiento progresivo de la migración chilena en la zona, fenómeno que no sería preocupante si no estuviera asociado a la indigencia de muchos, que los pone en un lugar de gran vulnerabilidad social”, destaca Muñoz.
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Un estudio encabezado por la Pastoral de Migraciones neuquina relevó unos 6.000 residentes chilenos que trabajaron en ambos países pero no pueden jubilarse en ninguno de ellos. Piden gesto político al gobierno del país trasandino.
Domingo nació hace 67 años en Temuco y vive en el corazón de Barrio Nuevo en Roca. Trabajó desde su adolescencia en un aserradero y en el campo, hasta que la crisis de ’70 lo forzó a buscar nuevos horizontes en Argentina.
Ingresó, como muchos, como turista y se fue quedando. En el Alto Valle, realizó por más de 30 años labores rurales, trabajó como albañil y como peón en una cantera, la mayoría de ellos “en negro”. Recién en los ’90 consiguió los papeles que lo hicieron “residente legal” en el país, aunque él jamás pudo aprender a leerlos. El duro trabajo en la cantera dejó sus consecuencias: perdió la visión de un ojo y hoy le cuesta moverse. Su único tesoro es una modesta casa de material en un terreno donado, hoy ambicionada por desconocidos que ya provocaron dos incendios para expulsarlo. Sin jubilación ni obra social, se atiende en el hospital y subsiste gracias a alguna ayuda municipal, la generosidad de sus vecinos y alguna “changa” cada vez más espaciada.
Es que para Chile hace demasiado que se fue y para Argentina hace demasiado poco que reside legalmente. El caso de Domingo es, con variantes, el de unos 6.000 chilenos o hijos de chilenos que habitan hoy en el Alto Valle en el más absoluto desamparo, según un estudio realizado por la Pastoral de Migraciones neuquina, con la ayuda de la Universidad Nacional del Comahue, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) y organizaciones de residentes, que busca que el Estado chileno se haga cargo de los compatriotas que debieron salir de su territorio por razones políticas o económicas y hoy están en la indigencia.
“Son miles de personas que entregaron la mayor parte de su vida productiva a dos países y hoy se encuentran envejecidos, indigentes, enfermos y en el país ‘equivocado’ para recibir alguna cobertura social”, resumen Jorge Muñoz y Ana Pimentel, que desde la Pastoral están impulsando un acuerdo con el gobierno chileno que le otorgue en forma urgente algún grado de protección a este sector, especialmente mediante pensiones asistenciales que puedan ser cobradas en su ciudad de residencia.
Argentina es el país con mayor cantidad de residentes chilenos del mundo, unos 300.000. De ellos, el Alto Valle es la zona con mayor concentración relativa de pobladores de ese origen: hay unos 70.000 repartidos en los que se llama Gran Neuquén (que incluye a Plottier y Centenario) y el Alto Valle de Río Negro. La mayoría de ellos arribó al país entre los años ’60 y ’90 y, en muchos casos, ya están arribando a la edad jubilatoria en precarias condiciones. “En nuestro trabajo cotidiano nos hemos dado cuenta del envejecimiento progresivo de la migración chilena en la zona, fenómeno que no sería preocupante si no estuviera asociado a la indigencia de muchos, que los pone en un lugar de gran vulnerabilidad social”, destaca Muñoz.
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