Hombrecillos verdes y estrellas de neutrones, la historia de lo que pudo ser el primer contacto con extraterrestres
Telescopio construido por Bell y Hewish con el que se descubrieron los primeros púlsares / Graham Woan
En 1967, una extraña señal de radio procedente del espacio exterior hizo que durante unas semanas se plantease la posibilidad de que se había contactado con alienígenas
En el invierno de 1967, un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge se enfrentó por primera vez a la posibilidad de un contacto con extraterrestres. Jocelyn Bell, una joven estudiante de doctorado, llevaba varias semanas observando el cielo con un gran radiotelescopio diseñado por su mentor,Anthony Hewish. El instrumento, una plantación de dos hectáreas de varas unidas entre sí por cables, debía permitir comprender mejor la naturaleza de algunos misteriosos fenómenos cósmicos, como los recién descubiertos quásares. Un día de agosto de 1967, Bell observó una señal extraña, que no parecía una de las frecuentes interferencias que producían las fuentes de radio terrestres ni ninguna de las señales provenientes del universo que se conocían. Tras unas semanas de estudio, descubrió que aquel titileo reaparecía cuando se orientaba el telescopio en una dirección particular.
En 1967, una extraña señal de radio procedente del espacio exterior hizo que durante unas semanas se plantease la posibilidad de que se había contactado con alienígenas
En el invierno de 1967, un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge se enfrentó por primera vez a la posibilidad de un contacto con extraterrestres. Jocelyn Bell, una joven estudiante de doctorado, llevaba varias semanas observando el cielo con un gran radiotelescopio diseñado por su mentor,Anthony Hewish. El instrumento, una plantación de dos hectáreas de varas unidas entre sí por cables, debía permitir comprender mejor la naturaleza de algunos misteriosos fenómenos cósmicos, como los recién descubiertos quásares. Un día de agosto de 1967, Bell observó una señal extraña, que no parecía una de las frecuentes interferencias que producían las fuentes de radio terrestres ni ninguna de las señales provenientes del universo que se conocían. Tras unas semanas de estudio, descubrió que aquel titileo reaparecía cuando se orientaba el telescopio en una dirección particular.
La fuente vibraba con una celeridad infrecuente, más propia de una señal artificial que de los objetos naturales conocidos. “La posibilidad de que las señales proviniesen de alguna civilización inteligente en el universo no se descartó, de ahí el desafortunado apodo de los hombrecitos verdes”, escribió un tiempo después Bell en su tesis doctoral. Pese a lo excitante de la posibilidad de haber encontrado vida alienígena, la investigadora veía en aquellos hombrecitos verdes un obstáculo que retrasaría su ansiado doctorado.
John Pilkintong, tercer autor del artículo en el que se explicaba el descubrimiento de aquella señal, también reconoce que la hipótesis extraterrestre se mantuvo durante un tiempo. “Estábamos utilizando los recursos que teníamos para examinar una señal débil y poco fiable que podría haber sido una interferencia, un fallo del instrumento, un fenómeno natural desconocido hasta ahora o LGM (de las siglas en inglés de pequeños hombres verdes). Los LGM siempre fueron una posibilidad, con unas implicaciones tremendas, pero nunca dirigieron la investigación”, afirma.
El escepticismo respecto a la hipótesis extraterrestre era importante pero, según explica Alan Penny, de la Universidad de San Andrés (Reino Unido), en un artículo reciente sobre aquel suceso publicado en arXiv.org, tras un nuevo examen de las señales el 28 de noviembre la posibilidad cobró fuerza. La brevedad de los pulsos y su regularidad nunca se habían observado en la naturaleza. Además, su fuerza variaba y en ocasiones desaparecían durante largos periodos, algo extraño en una fuente astronómica. Poco después, a principios de diciembre, Pilkington descubrió que la señal solo se encontraba en una frecuencia de banda muy estrecha con un comportamiento que recordaba a los radares militares. En 1968, Martin Ryle, director del Observatorio Radioastronómico Mullard, donde se encontraba el telescopio de Bell y Hewish, reconoció que su primera idea “era que otros seres inteligentes estaban tratando de establecer contacto con nosotros”.
En su conferencia de aceptación del Nobel en 1975,Hewish también reconoció que se plantearon seriamente la posibilidad de que la señal fuese alienígena. “Teníamos que afrontar la posibilidad de que las señales eran generadas en un planeta orbitando en torno a alguna estrella lejana, y que eran artificiales”, afirmó. Para alivio de Bell, el 21 de diciembre la investigadora encontró una segunda fuente de ondas de radio similares que empezaba a alejar la posibilidad de que se tratase de una señal enviada por seres inteligentes. El hecho de que el titileo tampoco procediese de un planeta girando en torno a una estrella también apoyaba la hipótesis de que el origen fuese natural. Bell podría regresar a casa por Navidad con su tesis amarrada y ajena a todo el revuelo que se habría armado si los hombrecitos verdes hubiesen sido reales.
La explicación para aquella extraña señal que Bell observó por primera vez en agosto de 1967 fue finalmente una estrella de neutrones. Este tipo de estrellas, que entonces solo existían en la teoría, son los cadáveres de estrellas muertas, hundidas bajo la presión de su propia gravedad cuando la fuerza expansiva de sus reacciones nucleares desaparece al agotarse su combustible. Estas estrellas, que conservan una enorme atracción gravitatoria, no suelen superar los diez kilómetros de diámetro y vibran de una forma veloz y estable que las asemeja a algunas señales artificiales. El artículo del descubrimiento de los pulsares se publicó en Nature el 24 de febrero de 1968 y en 1975 Hewish recibió junto a Ryle el premio Nobel de física. En una decisión controvertida, el comité de los premios de la academia sueca no reconoció el trabajo de Bell.
Qué hacer ante un contacto con alienígenas
Ahora, muchos años después, los protagonistas de aquella historia, frente a lo que indican los testimonios recogidos por Penny de los meses en los que tuvo lugar el hallazgo, afirman que la hipótesis de los hombrecitos verdes fue solo una broma interna. Seth Shostak, del instituto SETI para la búsqueda de inteligencia extraterrestre, también cree que la posibilidad de haber encontrado una señal de una civilización alienígena nunca fue tomada muy en serio. Se tomase más o menos en serio, aquel incidente impulsó el desarrollo de un protocolo de actuación en caso de descubrir un mensaje interestelar de seres inteligentes. La cautela para confirmar el origen de una señal con consecuencias tan enormes y la comunicación transparente y ordenada de la noticia son las claves del documento, pero Shostak cree poco probable que sea realista. “Hay mucha gente trabajando en esto, hay filtraciones, y cada vez que tenemos un indicio de una posible señal extraterrestre, y hemos tenido cientos, tenemos encima a los medios de comunicación”, explica.
Un segundo protocolo, atascado desde hace cuatro años en la Unión Astronómica Internacional por problemas burocráticos y quizá aún más importante que el anterior, es el acuerdo sobre qué hacer después del contacto. La posibilidad de responder inmediatamente ha sido rechazada por muchos como una temeridad. Revelar nuestra posición a una civilización expansionista podría suponer una ocupación extraterrestre inmediata, dicen. Críticas de este tipo son las que recibió Frank Drake, del instituto SETI, cuando en 1974 lanzó un mensaje hacia el espacio profundo desde el radiotelescopio de Arecibo, en Puerto Rico. Shostak no descarta que ese tipo de señales puedan ser utilizadas por potenciales invasores, pero cree que poco se puede hacer. “Es demasiado tarde para preocuparse por este tipo de cosas”, señala. “Las señales de radio que producimos como civilización ya se han lanzado y viajan a la velocidad de la luz por el espacio, donde sociedades poco más avanzadas que la nuestra podrán detectarlas”, añade. “Hacia el siglo XXIII estas señales de nuestra existencia habrán llegado a millones de sistemas solares”, concluye.
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