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Sal de mi parque. Columna de Rodrigo Guendelman


Empecé a escribir esta columna el martes en la noche, cuando aún no se sabía la decisión que tomaría el Concejo Municipal de Santiago acerca de si permitía que el Festival Lollapalooza pudiera realizarse en el Parque O´Higgins. Mi idea, independiente del resultado (que esperaba que fuera favorable para las decenas de bandas, cientos de músicos y miles de personas que se vinculan con este magno evento), era usar esta columna para hablar del problema de fondo: ¿son los vecinos los dueños de un parque sólo porque viven en sus inmediaciones? Y eso haré. Sólo una reflexión antes de ir al punto. La decisión tomada el miércoles por el Concejo, esto de hacer una consulta ciudadana, en vez de zanjar la discusión y poner fin a la incertidumbre sólo empeora las cosas: muestra falta de carácter para enfrentar las consecuencias políticas y pone a la productora del evento y a toda la cadena de personas involucradas en una situación de espera insoportable para un concierto de esta magnitud

Ahora sí. Vamos al meollo del asunto. Los vecinos. Pues son esas personas, a quienes los concejales dicen representar, las que estarían molestas por razones que van desde los autos mal estacionados hasta espacios naturales del parque que se verían afectados durante el evento. Y por eso el festival no debería realizarse allí, dicen estos representantes. Los inconvenientes temporales que se viven cerca de este espacio público serían argumento suficiente para interrumpir un evento que se ha desarrollado ininterrumpidamente durante nueve años seguidos, entre 2011 y 2019, en el mismo parque.

Da lo mismo que se trate de un festival de música que pone a Santiago en el mapa mundial de la música año a año, que nuestra capital haya sido la primera ciudad fuera de su Chicago natal en que se hizo Lollapalooza, que sea una importante fuente de turismo regional y latinoamericano y que eso ayude a paliar en algo a la alicaída industria de la hotelería y el turismo en general; qué importa que los músicos y los técnicos y toda la industria de la música lleven dos años sufriendo una profunda crisis económica y que Lollapalooza sea lo más parecido a encontrar un oasis en el desierto. Da igual que este festival traiga a Chile a artistas que de otra manera, difícilmente vendrían. Ojo, hablamos de la elite de la música popular del mundo que viene a Santiago por las economías de escala que logra el volumen de este evento.

No importa que la productora detrás de Lollapalooza haya logrado respeto internacional por su tremenda seriedad y capacidad de producción. No. El tema es que un grupo de vecinos no quiere ver interrumpida su rutina y nos dicen, a través de sus representantes, que salgamos de su parque. ¿Su parque? ¿El parque O’Higgins? ¿Ese que antes de que Salvador Allende le cambiara el nombre se llamaba Parque Cousiño? ¿El parque que existe desde 1873, es decir, hace casi 140 años? Vuelvo a preguntarme. ¿Tan molesto puede ser un festival donde prácticamente no se ve basura en el suelo dentro del parque (una de las maravillas de Lollapalooza es el sistema de voluntarios que limpian a cambio de premios) y donde decenas de ONG ambientalistas, animalistas y de muchas otras buenas causas tienen un fantástico espacio para relacionarse con la juventud cuando, curiosamente, se trata del mismo lugar que por décadas ha recibido a la mitad de la población alcoholizada de Santiago en sus fondas dieciocheras?

¿Tanto afecta a los vecinos y a los concejales un evento musical en el mismo parque que acoge la parada militar año a año, lo cual implica el ingreso de decenas de buses día a día para los ensayos? ¿No tiene acaso el parque privatizadas siete hectáreas para Fantasilandia desde 1978? Insisto en el punto. ¿Son los vecinos los dueños del parque O´Higgins? ¿Los que no vivimos en las inmediaciones no tenemos entonces pito que tocar en este espacio público? ¿No es de Santiago y de los santiaguinos este regalo que le hizo Luis Cousiño a la capital durante la Intendencia de Benjamín Vicuña Mackenna? Seamos francos. El Parque O’Higgins tiene un gran problema y no es Lollapalooza. El problema es que debe ser mantenido por una comuna a la que no le alcanzan los recursos. Por eso, el Parque O’Higgins, junto al cerro Santa Lucía y la Quinta Normal, todos administrados por la Municipalidad de Santiago, debieran ser traspasados a ParqueMet, institución del MINVU que maneja de manera brillante más de 20 parques en Santiago. ¿O acaso no se han dado cuenta de que el cerro Santa Lucía lleva 20 meses cerrado en un 90% de su espacio? Eso es porque no hay dinero para pagar guardias. ¿Y los juegos de agua de la Quinta Normal? Malos hace años.

El desgaste que ha sufrido el parque O´Higgins no se lo ha producido Lollapaloza. Todo lo contrario, cada festival implica montos importantes pagados al municipio que, lamentablemente, han ido a financiar urgencias mayores que hermosear el parque. Agrego un punto más. He ido a “constatar daños” al Parque O´Higgins luego de que se realice este festival y son absolutamente mínimos, nada que no se pueda arreglar en el corto plazo. Así que no perdamos el foco. Los problemas del parque O´Higgins no tienen nada que ver con Lollapalooza y los vecinos no son los dueños de la pelota.

Rodrigo Guendelman
Conductor de Santiago Adicto de Radio Duna

La Tercera

 

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