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Envejecer amargo y envejecer fecundo


A los que estamos viviendo ya “la tercera edad” nos interrumpe un estado “reflexivo” que nos mueve a meditar la experiencia ganada, la presencia y participación de nuestras actuaciones, la intelectualidad alcanzada y la sensatez ganada. Oscar Wilde lo sentencia con esta frase: “El drama de la vejez no consiste en ser viejo, sino en haber sido joven”.



Hay signos del “envejecimiento normal”, como la disminución de la fuerza de los músculos, el deterioro de la capacidad de defensa contra las enfermedades, la osteoporosis, caída del cabello, brote de arrugas, manchas de la piel y la disminución de ciertas funciones.



La humanidad continúa en su afán por conseguir la fórmula mágica “del aumento en la expectativa de vida del ser humano”, que se considera que en los últimos cien años de existencia ha habido logros. Para el siglo XX, la expectativa media de vida en los países desarrollados aumentó de 47 años a más de 75 años. Así, los que nacen hoy día su expectativa de vida puede alcanzar más de los 80 años. En el siglo XXI, llega la noticia de la tendencia mundial a la disminución de la fecundidad por una parte, pero por otra, la prolongación de la esperanza de vida ha crecido, dando al fenómeno del envejecimiento un marco de gran importancia.
También existe un “envejecimiento social” impuesto por la misma sociedad y sus costumbres. La misma sociedad se encarga de colocar a los ancianos como personas pasivas, crónicamente enfermas, sin deseos sexuales, exagerando muchas veces la necesidad de atención y cuidados constantes para así marginarlos socialmente.



En cuanto al que envejece con amargura, vive con odios y resentimientos de toda naturaleza. Sus arterias se envenenan, se modifica su cerebro y su sangre se llena de bilis, daña el sistema circulatorio, paraliza las buenas intenciones y la amargura inunda sus sentimientos. Los ancianos amargados todo lo convierten en “odio social”, en quejas vindicativas y supuestos reclamos de injusticia que solo en su rencor tienen cabida. Esto radica en falsas grandezas, virtudes y posiciones. No hay fenómeno que tenga tanta fuerza destructora como la del viejo que exterioriza la maldad bajo un supuesto disfraz de engañosa virtud que requiere ganar a toda costa un reconocimiento.



A contrario censo, el “envejecimiento fecundo” está orientado a llevar una vida productiva útil y sana dentro de la familia, la sociedad y su comunidad. No importa la edad para la persona que tiene el deseo y la capacidad de querer mantenerse en actividad productiva. La vejez no debe depender de una suma de años, sino que debe estar cimentada en la “calidad de vida” que nos hayamos dado, que esa calidad de vida nos dará felicidad, nos hará sentirnos útiles reconociéndonos el valor de la contribución que aportamos.
Es muy importante el estilo de vida en esta última etapa. La reflexión consiste en salvar las tristísimas situaciones cuando nos consideramos “un viejo que se cree joven y un viejo que se considera acabado”. Hay una tercera posición: la excelencia. “Un viejo que asume la segunda parte de su vida con tanto valor como la primera.”


Ricardo A. Novoa Arciniegas


Fuente: La Prensa Gráfica. El Salvador

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