Sus seguidores extrañaban su presencia en las redes sociales, su música y su poesía. Y se lo hacían saber en mensajes llenos de afecto, mediante los cuales le pedían que volviera a cantar para ellos. Nadie sabía que, en realidad, Gabriel Fernando Gabo Ferro, quien falleció en la tarde del jueves a la edad de 54 años, venía peleando contra el cáncer.
“En este triste día, despedimos al adorado artista Gabo Ferro. Nos abrazarán siempre sus canciones, su poesía y su generosa sonrisa. Sabemos que es una persona y artista muy querido. Agradecemos el respeto en este momento para con sus familiares y amigxs”, confirmó el mánager del artista en un comunicado.
El último posteo que había subido el músico a su cuenta de Instagram, el pasado 3 de julio, había sido para agradecer la nominación de Su reflejo es el lobo del hombre, su último disco, en la categoría Mejor Álbum Canción de Autor para los Premios Gardel 2020.
El 26 de mayo, en tanto, el artista había subido una imagen con la pregunta: “¿Por qué no les estoy cantando?”. Y junto a ella escribió: “Queridxs, son muchos ya los mensajes preguntando por qué no les estoy cantando y la mayoría son tan amorosos que conmueven. En honor a ese cariño es que les cuento esto tan personal. Me operaron hace unas semanas para extraer un tercer molar no expuesto y la cosa se complicó un tanto".
En el mismo posteo, Gabo continuaba: “Entenderan que hasta me cuesta hablar. Algunas mañanas tomo la guitarra y sale un minuto de alguna canción afinada que podría colgar, pero se nota que no la estoy encarando desde su espíritu, sino desde su forma y es no son ni nuestras canciones ni lo que quiero regalarles todos los días. Así que, mis amores, apenas vaya pasando esta circunstancia volveré a cantarles todos los días o en nuestros encuentros especiales. Y, como les dije tantas vedes, hasta que me dejen. ¡Gracias! Lxs abrazo”.
En tanto, el 1 de mayo y ante el mismo requerimiento de sus fanáticos, el músico había explicado junto a una foto en la que se lo veía sonriente: “Queridxs de mi corazón, espero estén muy bien y llevándola lo mejor posible. Yo estoy fenómeno, gracias por sus mensajes, por su preocupación. A ver, la cosa es simple, publico cuando siento que les estoy compartiendo algo que nos puede dar gusto, emoción, goce, compañía, alegría...Si no siento tener algo que vibre por esos lugares, no publico nada”.
Nacido el 6 de noviembre de 1965 en Mataderos, Gabo había saltado a la fama como líder de Porco, la banda que se destacó en el under entre 1992 a 1998 sacando dos discos: Porco en 1994 y Naturaleza muerta en 1998. Tras dejar el grupo, el cantautor se dedicó a estudiar historia. Y, recién en 2005, volvió a la escena musical como solista con el álbum Canciones que un hombre no debería cantar, que compuso en apenas quince días.
Luego siguieron los discos Todo lo sólido se desvanece en el aire en 2006, Mañana no debe seguir siendo esto en 2007, Amar, temer, partir en 2008, Boca arriba en 2009, La aguja tras la máscara en 2011, La primera noche del fantasma en 2013 y El lapsus del jinete ciego en 2016. Y las colaboraciones: Nada para el destino, con Flopa y Ral Veroni en 2008, El hambre y las ganas de comer, con Pablo Ramos en 2010, El veneno de los milagros, con Luciana Jury en 2014, El agua del espejo, con Juan Carlos Tolosa en 2017 e Historias de Pescadores y Ladrones de la Pampa Argentina, con Sergio Ch en 2018.
Paralelamente, Gabo se dedicó a la escritura publicando libros como Barbarie y civilización: sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas (1835-1852) en 2008, Degenerados, anormales y delincuentes. Gestos entre ciencia, política y representaciones en el caso argentino en 2010, Costurera carpintero. Antología de las letras de sus canciones 2005-2014, con prólogo de Diana Bellesi, en 2014, Recetario panorámico elemental fantástico & neumático en 2015, 200 años de monstruos y maravillas argentinas en 2015 y ARTAUD: lengua ∞ madre en 2015.
Amante de las artes escénicas, entre otras participaciones en 2017 formó parte de El astrólogo (Un cuadro), la ópera escrita por Abel Gilbert con dirección de Walter Jakob, en la que se puso en la piel del personaje creado por Roberto Arlt en Los siete locos.
Infobae
Una despedida a Gabo Ferro
El cantautor, historiador y poeta murió la semana pasada, a los 54 años
Ese primer título era, además, una toma de posición. Gabo Ferro no eligió hacer de su sexualidad una militancia explícita pero sus canciones de amor, desamor y enojo para y sobre hombres eran disruptivas incluso cuando la intención era la dulzura: el caso de “Costurera carpintero”, hoy resignificada en un himno a la niñez (y después) trans resultó insólita entonces, porque no se había cantado sobre esa cuestión, no de esa manera ni con ese tono. Quizá sea más impactante, sin embargo, “El amigo de mi padre”; ahí donde “Costurera...” hablaba de un futuro en el que el género no era esencia, “El amigo…” es sobre el pasado. Una chacarera gay que, a pesar de cierta euforia en voz y guitarra, hablaba sobre el clóset, los hijos criados con padres de vidas partidas que podían ser felices en esos momentos robados a la convención pero eran fogonazos en la injusticia: “El amigo de mi padre era su peor secreto/ Un silencio compartido, para nadie era un misterio, para mi no había misterios/... Y cuando le preguntaba como era su familia me decía que tenía una doble biografía, cosa que yo no entendía.../ Mi padre era mejor padre cuando a su amigo veía”. En la canción, el padre ya está muerto y en el cielo, con su amigo, se muestra desafiante. Pero sabemos que los fantasmas quieren la justicia en vida: en el mas allá, la reparación llega tarde.
Gabo comparaba su vida con vestidos y ajuares; deshojaba margaritas, enumeraba jardines y frutas y flores, placares, alacenas, la luz en la cocina. Se enfurecía con los hombres crueles, como en la inolvidable “El cuadro de mi daño” (2007, Mañana no debe seguir siendo esto): “Mientras amás a otros/ Me mirás desde lejos/ Admirando tu obra, la de mayor tamaño/ El cuadro de mi daño/ Me decís con orgullo que soy tu lienzo más importante/ Que sienta alegría, no sienta dolor/ Que cualquiera no es tela de nadie/ Que hay hombres para ser hombres nomás/ Y hay hombres para ser arte”. En sus palabras estaban Olga Orozco, Marosa Di Giorgio, hasta Adélia Prado: imposible no pensar en Gabo con los primeros versos del poema “Tan bien aquí” de la brasileña: “Fuera de que alguien me ama/ Nada sé de mí”. Es casi la misma voz de “Puesto a germinar” (2016) en El lapsus del jinete ciego: “Hoy soy un cuerpo puesto a germinar/ Un preludio de tu nombre”. Desordenaba la norma hétero de los rockeros y músicos de su edad –salvo excepciones– con tranquila firmeza. Era historiador: sabía que visibilizarse era una decisión y que el autor siempre estaba detrás de las palabras. Así fueron cambiando también algunas de sus metáforas, la del agua por ejemplo. Si en muchas canciones fue purificadora, cuando llegó “El tabú del agua” en 2013 estaba hablando de su casa en Mataderos inundada, de los discos de su padre salvados de la mugre, con un piano terrible y cuerdas ominosas que anunciaban una Buenos Aires que se oscurecía. “Vamos que viene la noche y se va el sol/… Collar de piedras y bichos, negro y marrón vendaval”. Lo mismo pasaba en la elección de sus investigaciones: bandidos, monstruos y maravillas, vampiros. Monstruosidad y anormalidad en la organización de la Nación: eso le interesaba. También la insatisfacción: los últimos años estuvieron marcados por la búsqueda de compartir voces y registros, de encontrar hermandades, de rastrear. Todas las colaboraciones son únicas e interesantes (en la ópera, la experimentación, el teatro, con Flopa, con Pablo Ramos, con Luciana Jury); el reciente Historias de pescadores y ladrones de la Pampa Argentina con Sergio Ch. impresiona por su cercanía desvergonzada al rock, porque fue de los menos (injustamente) escuchados y por un ambiente algo siniestro, de fogón visitado por Mandinga. “Corona de caranchos” es límite, conurbano, los años ‘70. “Ojos al cielo”, dice, “me entrego descalzo”.
“¿Por donde vendrá el amor? ¿Por dónde vendrá la muerte?”. Gabo se preguntó esto tantas veces, en tantas canciones. La muerte y la partida solían tomar forma de caballo. Desde el que iba a usar en Amar, temer, partir: “Voy a montar un caballo que sepa el camino a casa/ Será lento y perfumado, el camino y el caballo”. Dispara la superstición escuchar “El enterrador y la muerte” o “La silla de pensar”, que dice “La vida no sobra/ La muerte nos obra” o “Cuando el futuro se fue” de El veneno de los milagros, el disco con Luciana Jury: “Donde veas mi cuerpo nunca estaré/ Donde suene mi voz ahí es donde estoy”. Todo el arte es profecía. Toda vida es otra cosa. En 2016, cité a Gabo en un cuento que, además, es el título del libro donde quedó incluido: “Las cosas que perdimos en el fuego”. Un grupo de mujeres decide arrojarse a hogueras encendidas por voluntad propia como forma de protesta ante la violencia machista, en un futuro paralelo. Usé “Ahí va tu cuerpo al fuego”, porque imaginaba la ceremonia en el campo como un rito de volumen bajo y altísima intensidad. Creo que no vi a Gabo desde entonces. Lo había entrevistado mucho, pensaba que era el momento de que otros periodistas pudieran pensar su trabajo y, además, siempre iba a estar ahi, ¿no? Cuando quisiera ir a verlo, escribirle, avisarle que iba a un show, ¿cómo no iba a contestarme? Lo fui posponiendo, como se posponen las cosas que nos parecen permanentes. Tengo a mi lado su libro Recetario panorámico, elemental, fantástico y neumático (2015). Está dedicado. Dice “gracias por acompañar siempre”. Yo respondo: perdón, porque no acompañé como debía. No me gusta presumir estas medallas. Es que no sé cómo decirle a Gabo que lo quiero y avisarle que no, que las canciones y la voz y las palabras no son suficientes, ni de cerca, querido. Ni de cerca.
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Este artículo forma parte de la Nota de Tapa de Radar, que se completa con las columnas de Mariano Del Mazo, Luciana Jury, Cecilia Di Genaro y Gabo Ferro
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