Vivimos en una población envejecida que, sin embargo, sigue valorando un modelo de sociedad basado en la juventud. La palabra viejo, que estadísticamente define a las personas con 65 años y más, es sustituida por un conjunto de eufemismos a los que se atribuye una cierta capacidad mágica de enmascarar los años. Expresiones como tercera edad, sénior o simplemente mayores introducen una deliberada imprecisión en la medida de las edades.
Para evitar parecerlo, los viejos son bombardeados por una publicidad que ofrece un sinfín de productos anti-edad; desde las cremas milagrosas capaces de restar de un plumazo 10 años, hasta las clínicas especializadas que por el procedimiento de cortar y pegar ofrecen siluetas voluptuosas diseñadas contra el calendario.
No hemos asimilado bien que la vejez es una conquista social, una victoria contra la muerte que se ve obligada a distanciar su acción inevitable. Hoy las personas que cumplen 65 años tienen por delante 20 años de vida como media. Otra cosa distinta es que las edades entre 60 y 65 años se consideren como límite frecuente de la vida activa , una frontera laboral decidida en otros tiempos cuando la esperanza de vida al nacer era significativamente más baja. Los viejos son minusvalorados más que por su edad por su condición de inactivos y dependientes y por la carga creciente que sus pensiones y salud van a generar al Estado.
Al final, será inevitable costear esos gastos, pero nuestra sociedad tendría que plantearse asumir la prolongación de la vida activa de los mayores bajo las condiciones de voluntariedad y flexibilidad que permitan aprovechar mejor sus capacidades.
En una población tan envejecida como la española no podemos permitirnos el lujo de apartar a los mayores de la vida activa a la que pueden aportar conocimientos y experiencias bajo unas condiciones de solvencia mental inalteradas.
Que nadie intente, ni la sociedad ni ellos mismos, hacer jóvenes a los viejos. Que todos acepten la condición de la vejez, al menos hasta una cierta edad, como una simple manifestación del calendario, sin otro tipo de circunstancias limitativas para su vida y actividad.
Fuente: ABC
Para evitar parecerlo, los viejos son bombardeados por una publicidad que ofrece un sinfín de productos anti-edad; desde las cremas milagrosas capaces de restar de un plumazo 10 años, hasta las clínicas especializadas que por el procedimiento de cortar y pegar ofrecen siluetas voluptuosas diseñadas contra el calendario.
No hemos asimilado bien que la vejez es una conquista social, una victoria contra la muerte que se ve obligada a distanciar su acción inevitable. Hoy las personas que cumplen 65 años tienen por delante 20 años de vida como media. Otra cosa distinta es que las edades entre 60 y 65 años se consideren como límite frecuente de la vida activa , una frontera laboral decidida en otros tiempos cuando la esperanza de vida al nacer era significativamente más baja. Los viejos son minusvalorados más que por su edad por su condición de inactivos y dependientes y por la carga creciente que sus pensiones y salud van a generar al Estado.
Al final, será inevitable costear esos gastos, pero nuestra sociedad tendría que plantearse asumir la prolongación de la vida activa de los mayores bajo las condiciones de voluntariedad y flexibilidad que permitan aprovechar mejor sus capacidades.
En una población tan envejecida como la española no podemos permitirnos el lujo de apartar a los mayores de la vida activa a la que pueden aportar conocimientos y experiencias bajo unas condiciones de solvencia mental inalteradas.
Que nadie intente, ni la sociedad ni ellos mismos, hacer jóvenes a los viejos. Que todos acepten la condición de la vejez, al menos hasta una cierta edad, como una simple manifestación del calendario, sin otro tipo de circunstancias limitativas para su vida y actividad.
Fuente: ABC
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