Ni siquiera en sus mejores sueños Remy llegó a pensar, desde las alcantarillas a las que le había relegado su especie, que algún día tendría un asiento reservado junto a las estrellas de Hollywood. Brad Bird, codirector y guionista de 'Ratatouille', rescató de las entrañas de París a esta pequeña rata para convertirla en ese héroe de las pequeñas cosas que persigue sin descanso una meta. Y la tarea no era fácil. Se trataba de colocar entre los fogones de un restaurante de cinco estrellas (algo venido a menos) a uno de los animales más repudiados por el ser humano y de conseguir que el espectador no sólo sintiera afecto por él, sino que también (casi) paladeara las exquisiteces roedor. Y... voilà, Disney-Pixar obró el milagro.
La película estremece. Quizás por la exactitud con la que recrea la apariencia de las ratas y la textura, el sonidos de los alimentos o quizás por su maestría al captar la magia de la ciudad de París. Quizás porque entre las disparatadas aventuras y desventuras culinarias de Remy junto a su hermano Emile y su incondicional y torpe compañero Linguini se esconde una de las mejores recetas para la vida, creer en uno mismo.
Sentimientos sazonados con diversión, intriga, paisajes magistrales y un final sorprendente. Son los ingredientes de una gran película con la que Pixar, después de 'Buscando a Nemo', 'Monstruos S.A', 'Toy Story', 'Los increíbles' o 'Cars' , vuelve a saborear las mieles del éxito. Y su productor ejecutivo sabe mucho de eso. John Lasseter tiene ya en sus vitrinas dos Oscar (por el corto 'Tin Story' de 1989 y por su contribución artística), pero sobre todo el reconocimiento internacional como artífice de la revolución digital en el cine de animación.
El mundo.es
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