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El miedo a caer

En una carta, un hombre de 86 años le confiesa un miedo a su nieto: “¿Sabes por qué me sentía tan inseguro en el viaje que hicimos? Porque, por bruto, dejé de tomar una medicina que evita los mareos y en ese estado de inseguridad además de no llevarme los puentes para el arco cansado de los pies. No volveré a cometer ese error”.

Una semana más tarde, le cuenta en otra carta de los viajes que tiene en mente a Las Vegas, a Chiapas y a Canadá para sacar del baúl de los recuerdos el inglés empolvado. La carta termina: “Ya uso los puentes todo el tiempo y no dejo de tomar la medicina”.

La clave está en la confianza. Muchas personas la pierden al disminuir la fuerza de sus piernas, de su capacidad cardiovascular y por los mareos cada vez más frecuentes. Esta ‘ley de vida’ se presenta como disuasoria de perseguir sueños aún vivos: mantener la vida social, las actividades intelectuales, físicas y socio culturales.

Algunos geriatras españoles siguen las líneas de investigación iniciadas por expertos médicos norteamericanos que, desde hace unos años, analizan el ‘miedo a caerse’ que desarrollan hasta el 55% de las personas mayores de 65 años, según la Consulta Específica de Mareos, Caídas y Síncopes del Hospital del Bierzo, en España.

Una visita a cualquier hospital madrileño ilustra parte de esta realidad. Cerca de la mitad de las 70 camas en la planta de traumatología del Hospital Clínico San Carlos están ocupadas por personas mayores que han sufrido alguna caída, según los asistentes sanitarios de la quinta planta norte. Fracturas de cadera, rupturas de hueso y traumatismos en la cabeza.

Entre el 30% y el 50% de las personas mayores de 60 años que viven en sus casas se caen cada año, según las estadísticas del Hospital del Bierzo. Cerca del 15% de estas caídas tienen como consecuencia la muerte. Sin embargo, el miedo a caerse no es un producto único de las caídas y de las fracturas, sino también de la fragilidad asumida como una fatalidad.

Antes de alcanzar la vejez, ir a la farmacia, al banco o al médico es una actividad sobre la que la gente no se para a pensar y hace de manera automática. Si para muchos mayores dar un paso se convierte en un movimiento consciente, hacer una gestión puede llegar a producir un estado de preocupación a la hora de desplazarse capaz de convertirse en un trastorno severo de ansiedad. Por eso, muchos mayores llaman a las entidades municipales y a los ayuntamientos para preguntar dónde contactar con voluntarios sociales que los puedan acompañar.

Mucha gente cree que la vida de los mayores gira alrededor de las visitas al médico, al banco, a la compra y a la Seguridad Social para cobrar su pensión. Pero de las conversaciones surgen luego familiares lejanos y amigos que nadie parecía conocer.Los especialistas médicos hablan del miedo a caerse como un síndrome, un grupo de fenómenos que caracterizan esa situación de inseguridad. En ellos está el valor de detectar un miedo capaz de paralizar a muchas personas que aún conservan sueños. Pero no podemos permanecer como observadores empíricos del pánico que los paraliza ni poner los medicamentos contra el mareo o los objetos que facilitan la movilidad como la solución a esta situación.

Si gran parte del problema reside en la pérdida de la confianza, no sólo habrá que reforzar la asistencia médica, la educación en la prevención de caídas, entrenamiento físico y la adaptación de las viviendas, sino brindar compañía en momentos en los que la soledad no es una opción.Dice Ernesto Sabato que hacerse mayor es acercarse a la tierra de la infancia.

“Así nos es dado ver a muchos viejos que casi no hablan y todo el tiempo parecen mirar a lo lejos, cuando en realidad miran hacia adentro, hacia lo más profundo de su memoria”, dice el escritor argentino en La resistencia. La diferencia entre las dos etapas es que, en la niñez, la falta de confianza es por desconocimiento y, en la vejez, por una serie de pérdidas. El niño adquiere la confianza cuando alguien sostiene su mano y le enseña el camino. Para que no la pierdan los mayores, será mejor no soltar esa mano.

Carlos Miguélez

Fuente: La Gaceta

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