La eda… hoy
Muchos autores opinan que le llegó la "eda" a uno cuando experimenta cosas como las siguientes: uno despierta sintiendo la cabeza y el cuerpo como si amaneciera de una parranda violenta… aun cuando la noche anterior no fue a ningún lado. No queda más que celebrar todos los dolores del esqueleto y los músculos porque -si duelen- la buena noticia es que no murieron y sigues vivo. Sabes que te tropezó la "eda" cuando tu librito secreto de teléfonos está lleno de números de tus 25 médicos especialistas en éste o aquel órgano. Te levantas de tu silla preferida porque tienes que buscar o hacer algo importante en otro cuarto, y cuando al fin llegas no hay forma de recordar qué viniste a hacer. La "eda" es cuando por amplia experiencia ya tienes todas las respuestas, pero a nadie le interesa preguntarte nada. Es la edad en que la lectura de los diarios en el desayuno es una actividad vital y, antes de revisar la primera plana, abres primero la página de los muertos para programar tu día de asistir a los entierros de conocidos. Si es un día tranquilo, con ausencia de entierros, decides hacer casi nada ese día… pero tampoco cumples con el "casi nada".
Sin embargo, hoy hay claras ventajas: en tiempos de mi papá la edad promedio era 52 años, y hoy es 76; muy pronto podríamos llegar -y hasta pasar- los 100 sin que sea algo extraordinario.
Bernard Baruch dijo una vez: "para mí la vejez es siempre 10 años más de los años que tengo…¡cualquiera sea mi edad!". Hoy, a pesar de nuestras cojeras, no creemos que la vejez conlleve inevitablemente una seria enfermedad; sabemos cómo reducir el riesgo de enfermedad limitante. Además, hoy sabemos que la vejez puede seguir siendo un tiempo apto para seguir aprendiendo. Lo más importante es saber que solo nosotros mismos somos los responsables de nuestro propio envejecimiento… y que lo más importante para mantenernos saludables es nuestra actitud y actividad… y que cada día son más importantes las actividades que producen felicidad y nos mantienen conectados con la vida. Las dos condiciones más importantes para una vida viable -según Freud- son el amor y el trabajo (con amor). Hay que encontrar nuevos amigos, nuevas formas de ser productivos, ejercicio posible pero constante, y gozar
productivamente del mayor tiempo de descanso que tengamos disponible. Recordemos que es la etapa en que podemos ser maestros, no a través de sermones inútiles sino a través del ejemplo.
Con la "eda" viene también la necesaria aceptación de nuestra mortalidad. No importa cuán bien manejemos nuestra vejez, la estadística de mortandad es la misma: -según Moyers- sigue siendo una muerte por persona. Woody Allen una vez dijo "yo no le tengo miedo a la muerte; simplemente no quiero estar allí cuando ocurra".
Antes de los antibióticos la muerte normalmente ocurría en forma rápida. Hoy, gracias a la ciencia médica que nos alarga la vida, esa misma medicina moderna muchas veces nos condena a muertes prolongadas que producen sufrimientos físicos, emocionales, existenciales y espirituales… nadie quiere morir así. Todos queremos un cierre rápido, una buena muerte con dignidad y sin dolor (algo que hoy es posible). El tratamiento digno del fin de esta vida es una especialidad en la que las escuelas de medicina están en mora. Pocos queremos hablar de la muerte porque es incómodo y pensamos que hablar de ella puede provocarla. Hay que hacerlo, y hay que instruir -por escrito- a los que queremos, para que sepan sin lugar a ninguna duda, qué hacer frente a una enfermedad terminal.
Ahora bien: los que tenemos fe tenemos una gran suerte: para nosotros la muerte no existe; es simplemente un calvario y transición hacia otra vida distinta. Los que quedan deben sentir ausencia, pero no tristeza. Deben celebrar lo celebrable de nuestra vida... la de aquí… y la que se inicia.
¡La vida es una maravilla en todas -absolutamente todas- sus etapas!
I.Roberto Eisenmann, Jr.
Presidente de la Fundación para el Desarrollo de la Libertad Ciudadana
Fuente: prensa.com
Muchos autores opinan que le llegó la "eda" a uno cuando experimenta cosas como las siguientes: uno despierta sintiendo la cabeza y el cuerpo como si amaneciera de una parranda violenta… aun cuando la noche anterior no fue a ningún lado. No queda más que celebrar todos los dolores del esqueleto y los músculos porque -si duelen- la buena noticia es que no murieron y sigues vivo. Sabes que te tropezó la "eda" cuando tu librito secreto de teléfonos está lleno de números de tus 25 médicos especialistas en éste o aquel órgano. Te levantas de tu silla preferida porque tienes que buscar o hacer algo importante en otro cuarto, y cuando al fin llegas no hay forma de recordar qué viniste a hacer. La "eda" es cuando por amplia experiencia ya tienes todas las respuestas, pero a nadie le interesa preguntarte nada. Es la edad en que la lectura de los diarios en el desayuno es una actividad vital y, antes de revisar la primera plana, abres primero la página de los muertos para programar tu día de asistir a los entierros de conocidos. Si es un día tranquilo, con ausencia de entierros, decides hacer casi nada ese día… pero tampoco cumples con el "casi nada".
Sin embargo, hoy hay claras ventajas: en tiempos de mi papá la edad promedio era 52 años, y hoy es 76; muy pronto podríamos llegar -y hasta pasar- los 100 sin que sea algo extraordinario.
Bernard Baruch dijo una vez: "para mí la vejez es siempre 10 años más de los años que tengo…¡cualquiera sea mi edad!". Hoy, a pesar de nuestras cojeras, no creemos que la vejez conlleve inevitablemente una seria enfermedad; sabemos cómo reducir el riesgo de enfermedad limitante. Además, hoy sabemos que la vejez puede seguir siendo un tiempo apto para seguir aprendiendo. Lo más importante es saber que solo nosotros mismos somos los responsables de nuestro propio envejecimiento… y que lo más importante para mantenernos saludables es nuestra actitud y actividad… y que cada día son más importantes las actividades que producen felicidad y nos mantienen conectados con la vida. Las dos condiciones más importantes para una vida viable -según Freud- son el amor y el trabajo (con amor). Hay que encontrar nuevos amigos, nuevas formas de ser productivos, ejercicio posible pero constante, y gozar
productivamente del mayor tiempo de descanso que tengamos disponible. Recordemos que es la etapa en que podemos ser maestros, no a través de sermones inútiles sino a través del ejemplo.
Con la "eda" viene también la necesaria aceptación de nuestra mortalidad. No importa cuán bien manejemos nuestra vejez, la estadística de mortandad es la misma: -según Moyers- sigue siendo una muerte por persona. Woody Allen una vez dijo "yo no le tengo miedo a la muerte; simplemente no quiero estar allí cuando ocurra".
Antes de los antibióticos la muerte normalmente ocurría en forma rápida. Hoy, gracias a la ciencia médica que nos alarga la vida, esa misma medicina moderna muchas veces nos condena a muertes prolongadas que producen sufrimientos físicos, emocionales, existenciales y espirituales… nadie quiere morir así. Todos queremos un cierre rápido, una buena muerte con dignidad y sin dolor (algo que hoy es posible). El tratamiento digno del fin de esta vida es una especialidad en la que las escuelas de medicina están en mora. Pocos queremos hablar de la muerte porque es incómodo y pensamos que hablar de ella puede provocarla. Hay que hacerlo, y hay que instruir -por escrito- a los que queremos, para que sepan sin lugar a ninguna duda, qué hacer frente a una enfermedad terminal.
Ahora bien: los que tenemos fe tenemos una gran suerte: para nosotros la muerte no existe; es simplemente un calvario y transición hacia otra vida distinta. Los que quedan deben sentir ausencia, pero no tristeza. Deben celebrar lo celebrable de nuestra vida... la de aquí… y la que se inicia.
¡La vida es una maravilla en todas -absolutamente todas- sus etapas!
I.Roberto Eisenmann, Jr.
Presidente de la Fundación para el Desarrollo de la Libertad Ciudadana
Fuente: prensa.com
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