De un tiempo a esta parte el tema es recurrente. El novelista Philip Roth vuelve a incursionar en la vejez y la soledad en su última novela, Exit Ghost. Con 74 años cumplidos Roth, uno de los más grandes autores de la literatura norteamericana contemporánea, comienza a dejarnos legados como quien apura el tiempo antes de que se acabe del todo.
En esta última entrega Philip Roth recupera a Nathan Zuckerman, su alter ego, quien ya no es el joven y esnob novelista en busca de emociones fuertes, sino un hombre mayor que se enfrenta a las miserias de un cuerpo y una mente que comienzan a ceder pero que, a la vez, aún se resiste a abandonar las fantasías románticas y sexuales.
Desde hace años Roth, quien en su juventud nunca evitó la controversia y una agitada vida sentimental, vive en una granja situada en la zona de los Berkshires, donde se dedica a escribir desde el amanecer hasta la tarde, con un descanso dedicado a hacer largos en una piscina. Atrás quedaron su tormentoso matrimonio con la actriz Claire Bloom y el glamour de los ambientes literarios de Nueva York. La soledad y los libros son sus fieles acompañantes y este régimen de aislamiento es el que se ha impuesto para sacar adelante su obra antes de que los embates de la senectud lo venzan.
Es inevitable pensar en Roth cuando sus más recientes personajes masculinos se debaten con problemas de salud como el cáncer de próstata y el corazón maltrecho. Zuckerman ahora se enfrenta a la incontinencia de orina y la impotencia y tal vez por ello --porque sabe que el tiempo ya no está a su favor-- se deja llevar por la ilusión de que podría enamorar y seducir a una mujer de apenas treinta años. Es el declive de Nathan Zuckerman. Su última escapada de la reclusión como parte de una quimera por recuperar las sensaciones del pasado. Cada vez más remotas e inalcanzables.
Philip Roth se ha convertido en el cronista más preciso y apegado al detalle realista a la hora de describir los rigores de la vejez. Y aunque por momentos resulta duro digerir descripciones tan inmisericordes del ocaso vital, no deja de ser una suerte de guía ilustrativa de lo que está por venir, salpicada con la ironía incisiva que siempre ha caracterizado la obra de Roth.
Los fans que seguimos de cerca la trayectoria literaria del autor del ya clásico Portnoy's Complaint hemos vivido con él el entusiasmo, la pasión, la imprudencia y el atropello de sus primeros personajes masculinos, casi siempre inmersos en historias de amor transformadas en batallas ferozmente agotadoras. Pero con el tiempo hemos envejecido el escritor, los personajes y sus lectores. Cada uno de los achaques que padece Zuckerman lo sentimos bajo nuestra propia piel al igual que Roth. Hoy en día recluido en su granja. Listo para escribir cada día cuando aún es de noche. En un libro que escribió la coreógrafa Twyla Tharp sobre la fuerza creativa por medio de la disciplina lo menciona como un ejemplo de vida asceta dedicada exclusivamente a la creación literaria.
Nos hemos hecho mayores con Nathan Zuckerman y su creador, el arisco y formidablemente brillante Roth. Tarde o temprano todos convergemos en el mismo punto cuando mirar hacia delante es un trecho mucho más corto que vislumbrar lo que ya quedó atrás. El autor le ha dicho adiós a su alter ego a modo de ensayo general antes de la despedida.
GINA MONTANER
El New Herald
En esta última entrega Philip Roth recupera a Nathan Zuckerman, su alter ego, quien ya no es el joven y esnob novelista en busca de emociones fuertes, sino un hombre mayor que se enfrenta a las miserias de un cuerpo y una mente que comienzan a ceder pero que, a la vez, aún se resiste a abandonar las fantasías románticas y sexuales.
Desde hace años Roth, quien en su juventud nunca evitó la controversia y una agitada vida sentimental, vive en una granja situada en la zona de los Berkshires, donde se dedica a escribir desde el amanecer hasta la tarde, con un descanso dedicado a hacer largos en una piscina. Atrás quedaron su tormentoso matrimonio con la actriz Claire Bloom y el glamour de los ambientes literarios de Nueva York. La soledad y los libros son sus fieles acompañantes y este régimen de aislamiento es el que se ha impuesto para sacar adelante su obra antes de que los embates de la senectud lo venzan.
Es inevitable pensar en Roth cuando sus más recientes personajes masculinos se debaten con problemas de salud como el cáncer de próstata y el corazón maltrecho. Zuckerman ahora se enfrenta a la incontinencia de orina y la impotencia y tal vez por ello --porque sabe que el tiempo ya no está a su favor-- se deja llevar por la ilusión de que podría enamorar y seducir a una mujer de apenas treinta años. Es el declive de Nathan Zuckerman. Su última escapada de la reclusión como parte de una quimera por recuperar las sensaciones del pasado. Cada vez más remotas e inalcanzables.
Philip Roth se ha convertido en el cronista más preciso y apegado al detalle realista a la hora de describir los rigores de la vejez. Y aunque por momentos resulta duro digerir descripciones tan inmisericordes del ocaso vital, no deja de ser una suerte de guía ilustrativa de lo que está por venir, salpicada con la ironía incisiva que siempre ha caracterizado la obra de Roth.
Los fans que seguimos de cerca la trayectoria literaria del autor del ya clásico Portnoy's Complaint hemos vivido con él el entusiasmo, la pasión, la imprudencia y el atropello de sus primeros personajes masculinos, casi siempre inmersos en historias de amor transformadas en batallas ferozmente agotadoras. Pero con el tiempo hemos envejecido el escritor, los personajes y sus lectores. Cada uno de los achaques que padece Zuckerman lo sentimos bajo nuestra propia piel al igual que Roth. Hoy en día recluido en su granja. Listo para escribir cada día cuando aún es de noche. En un libro que escribió la coreógrafa Twyla Tharp sobre la fuerza creativa por medio de la disciplina lo menciona como un ejemplo de vida asceta dedicada exclusivamente a la creación literaria.
Nos hemos hecho mayores con Nathan Zuckerman y su creador, el arisco y formidablemente brillante Roth. Tarde o temprano todos convergemos en el mismo punto cuando mirar hacia delante es un trecho mucho más corto que vislumbrar lo que ya quedó atrás. El autor le ha dicho adiós a su alter ego a modo de ensayo general antes de la despedida.
GINA MONTANER
El New Herald
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