La Estrella OnLine
25/ junio/ 2008.
Mireya Lasso*
Viven en Panamá más de 330,000 personas que son consideradas "de la tercera edad". Constituyen el 10% de la población, que lejos de pertenecer a la "edad dorada" que todos soñamos, sufren penurias injustificadas.
Cifras oficiales indican que cerca de la mitad —150 mil personas pertenecientes a familias no aseguradas— viven en situación de pobreza o de extrema pobreza y no tienen ingreso fijo. Igualmente, el 95% de los jubilados reciben su pensión con descuentos causados por préstamos de financieras o tarjetas de crédito.
De nada vale que una ley les otorgue descuentos especiales a estas personas porque no cuentan con recursos para adquirir los bienes o servicios, aunque sea a menor costo. Entre jubilados y no jubilados, más de la mitad de los adultos mayores comen mal, muchos sufren de alguna discapacidad y una gran porción vive sola.
Se asegura que la mayoría de los jubilados recibe la exigua jubilación mínima de 175 dólares al mes.
Estas frías cifras oficiales, nos indican el pobre valor y escaso respeto que la sociedad panameña tolera se les otorgue a nuestros adultos mayores. Es una tolerancia inhumana que desdice de los principios éticos que deben inspirar los sentimientos de solidaridad en el comportamiento del ser humano y que, desde el punto de vista eminentemente egoísta y práctico, parece olvidar el hecho de que todos transitaremos por esos mismos senderos algún día.
La Organización de las Naciones Unidas ha estimado que para el año 2050, por primera vez en la historia de la humanidad y gracias a los avances de la ciencia, las personas de la tercera edad superarán en número a los jóvenes.
Con un ingreso mínimo como el que provee la Caja de Seguro Social a los jubilados y con la carencia de un ingreso fijo en el caso de los no asegurados, la situación se hace más crítica por el flagelo de la inflación que día a día se agudiza en Panamá.
Las pocas necesidades básicas que pudieron ser medianamente satisfechas hace diez años con una jubilación de 175 dólares, se ven reducidas a su mínima expresión en el 2008. El costo de la canasta básica de alimentos, que ya ronda por los 250 dólares, le hace materialmente imposible a un jubilado cubrir sus requisitos nutricionales mínimos, aparte de sus restantes necesidades de vida. Qué decir de los no asegurados.
Igualmente crítica resulta la satisfacción de los servicios de salud que resultan tan esenciales en esa etapa de la vida. En la Caja de Seguro Social las citas médicas, la espera para intervenciones quirúrgicas o atención de especialistas y la provisión de medicamentos recetados a los pacientes, se han convertido en un verdadero calvario, a pesar de todas las promesas hechas por las autoridades del ramo.
Sea que se les llame personas de la tercera edad o adultos mayores, tal parece que en Panamá los marginamos bajo la premisa de que no aportan ningún beneficio concreto y que son una carga.
Lamentablemente perdemos muchísimo por no valorar y respetar la experiencia acumulada y la sabiduría de personas que merecen un especial reconocimiento. Deberíamos recordar que honrar, honra y por ello, con una actitud distinta, nos honraríamos nosotros mismos.
*La autora es diputada por el partido Vanguardia Moral de la Patria, nuevo circuito 8-7.
25/ junio/ 2008.
Mireya Lasso*
Viven en Panamá más de 330,000 personas que son consideradas "de la tercera edad". Constituyen el 10% de la población, que lejos de pertenecer a la "edad dorada" que todos soñamos, sufren penurias injustificadas.
Cifras oficiales indican que cerca de la mitad —150 mil personas pertenecientes a familias no aseguradas— viven en situación de pobreza o de extrema pobreza y no tienen ingreso fijo. Igualmente, el 95% de los jubilados reciben su pensión con descuentos causados por préstamos de financieras o tarjetas de crédito.
De nada vale que una ley les otorgue descuentos especiales a estas personas porque no cuentan con recursos para adquirir los bienes o servicios, aunque sea a menor costo. Entre jubilados y no jubilados, más de la mitad de los adultos mayores comen mal, muchos sufren de alguna discapacidad y una gran porción vive sola.
Se asegura que la mayoría de los jubilados recibe la exigua jubilación mínima de 175 dólares al mes.
Estas frías cifras oficiales, nos indican el pobre valor y escaso respeto que la sociedad panameña tolera se les otorgue a nuestros adultos mayores. Es una tolerancia inhumana que desdice de los principios éticos que deben inspirar los sentimientos de solidaridad en el comportamiento del ser humano y que, desde el punto de vista eminentemente egoísta y práctico, parece olvidar el hecho de que todos transitaremos por esos mismos senderos algún día.
La Organización de las Naciones Unidas ha estimado que para el año 2050, por primera vez en la historia de la humanidad y gracias a los avances de la ciencia, las personas de la tercera edad superarán en número a los jóvenes.
Con un ingreso mínimo como el que provee la Caja de Seguro Social a los jubilados y con la carencia de un ingreso fijo en el caso de los no asegurados, la situación se hace más crítica por el flagelo de la inflación que día a día se agudiza en Panamá.
Las pocas necesidades básicas que pudieron ser medianamente satisfechas hace diez años con una jubilación de 175 dólares, se ven reducidas a su mínima expresión en el 2008. El costo de la canasta básica de alimentos, que ya ronda por los 250 dólares, le hace materialmente imposible a un jubilado cubrir sus requisitos nutricionales mínimos, aparte de sus restantes necesidades de vida. Qué decir de los no asegurados.
Igualmente crítica resulta la satisfacción de los servicios de salud que resultan tan esenciales en esa etapa de la vida. En la Caja de Seguro Social las citas médicas, la espera para intervenciones quirúrgicas o atención de especialistas y la provisión de medicamentos recetados a los pacientes, se han convertido en un verdadero calvario, a pesar de todas las promesas hechas por las autoridades del ramo.
Sea que se les llame personas de la tercera edad o adultos mayores, tal parece que en Panamá los marginamos bajo la premisa de que no aportan ningún beneficio concreto y que son una carga.
Lamentablemente perdemos muchísimo por no valorar y respetar la experiencia acumulada y la sabiduría de personas que merecen un especial reconocimiento. Deberíamos recordar que honrar, honra y por ello, con una actitud distinta, nos honraríamos nosotros mismos.
*La autora es diputada por el partido Vanguardia Moral de la Patria, nuevo circuito 8-7.
Comments