México.- En México habitan más de cuatro millones y medio de mujeres que superan los 60 años de edad, y de ellas 10 por ciento vive sola, en albergues o residencias colectivas, o en situación de calle.
Las previsiones marcan la diferencia. En su estudio Las Mujeres Adultas Mayores en la Ciudad de México, Verónica Montes de Oca identifica al grupo que vive en hogares familiares como el mayor de este sector, conformado por más de cuatro millones.
Los datos confirman el alto grado de dependencia por su menor participación en el trabajo remunerado, y por tanto en beneficios al alcanzar la edad de jubilación o seguridad social para garantizar cuidados médicos.
Por cultura, explica a su vez la psicóloga Violeta Farfán, la mayor parte de este sector dedicó su edad productiva a labores no remuneradas, como el trabajo en el hogar que incluye el cuidado de población dependiente -nietos, abuelos o discapacitados-.
Hasta hace tres años, de cada cien personas mayores de 65 años en el país, sólo 25 recibían una pensión, pero de esa cifra menos de la mitad eran mujeres, según el estudio Mujeres y Hombres en México 2007, del Instituto Nacional de las Mujeres y del Consejo Nacional de Población.
Así, un reducido grupo tiene la capacidad física y económica para vivir sola, por los ingresos de una pensión, el ahorro o el apoyo familiar, y porque atendió previsiones médicas.
En México, "falta educar a los jóvenes para que se formen un proyecto de vida para esa etapa futura, que practiquen el ahorro y preserven su cuerpo" con ejercicio y atención preventiva, añade Farfán.
La escasa cultura de previsión que garantice condiciones de autosuficiencia al llegar a esa etapa de la vida, hace que sean menos quienes pueden cubrir sus necesidades, o su estancia si se deciden por una casa de retiro o asilo.
Silvia vive sola, tiene 78 años, sufraga la mayor parte de sus gastos con dos pensiones: la de viudez y la que recibe luego de más de 30 años de trabajo.
Pero sigue su vida laboral, porque de otra forma no podría cubrir su manutención y la del departamento que habita, aunque eso la limita para acudir puntualmente a sus citas médicas y seguir al pie de la letra las indicaciones para cuidar su salud.
Martha es otro caso, a sus 84 años de edad reside, desde hace tres, en una casa de retiro en Morelos donde recibe terapias y atención especializada, convive con personas con edades e intereses afines a los suyos y recibe visitas cotidianas de sus familiares.
Su estancia tiene un costo, además del económico. Para sus cinco hijos fue difícil decidirlo, porque con la viudez se agudizó la demencia senil, el pago a una cuidadora profesional fue insuficiente para su mejor calidad de vida y las críticas de la familia lejana llegaron en cascada.
En ambos casos se asumen riesgos, pues se trata de una etapa en la vida en la que las personas requieren ser reconocidas como útiles, y el alejamiento de la familia puede llevarlas a la depresión e incrementar los males degenerativos propios de la edad, añade Farfán.
Las razones pueden ser múltiples, pero cuando el albergue se asume como la mejor opción, lo recomendable es evitar el engaño que solo propicia un avance en el deterioro por la vejez, dice la terapeuta del Instituto de Investigación en Psicología Clínica y Social.
En el círculo familiar, es fundamental mantener el sentido de correspondencia afectiva, no olvidarse de que esa mujer existe y que tiene valor como persona adulta, agrega.
En el plano de la salud advierte la necesidad de más geriatras, pues hasta ahora se acude con un médico general que atiende a la anciana con tratamientos generales o con un terapeuta, cuando se requiere personal especializados para que el adulto mayor identifique logros y supere pérdidas.
En el social hace falta reforzar esa cultura de la previsión, para que mujeres y hombres arriben a esa etapa en mejores condiciones físicas y económicas.
Datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática señalan una población de ocho millones y medio de habitantes de la tercera edad, y una longevidad para la mujer que supera en 4.5 años la esperanza de vida masculina.
La tasa de crecimiento de este sector de la población se incrementa en un promedio anual de 3.47 por ciento, cuando el de la población total lo hace en 0.88 por ciento.
El gran problema es que de esa población, sólo 3.4 millones de los mayores de 60 años permanecía ocupado (casi 71 por ciento, hombres), y la mitad de ellos trabajaba por su cuenta, es decir, sin prestaciones sociales.
Fuente: El Porvenir.com
Las previsiones marcan la diferencia. En su estudio Las Mujeres Adultas Mayores en la Ciudad de México, Verónica Montes de Oca identifica al grupo que vive en hogares familiares como el mayor de este sector, conformado por más de cuatro millones.
Los datos confirman el alto grado de dependencia por su menor participación en el trabajo remunerado, y por tanto en beneficios al alcanzar la edad de jubilación o seguridad social para garantizar cuidados médicos.
Por cultura, explica a su vez la psicóloga Violeta Farfán, la mayor parte de este sector dedicó su edad productiva a labores no remuneradas, como el trabajo en el hogar que incluye el cuidado de población dependiente -nietos, abuelos o discapacitados-.
Hasta hace tres años, de cada cien personas mayores de 65 años en el país, sólo 25 recibían una pensión, pero de esa cifra menos de la mitad eran mujeres, según el estudio Mujeres y Hombres en México 2007, del Instituto Nacional de las Mujeres y del Consejo Nacional de Población.
Así, un reducido grupo tiene la capacidad física y económica para vivir sola, por los ingresos de una pensión, el ahorro o el apoyo familiar, y porque atendió previsiones médicas.
En México, "falta educar a los jóvenes para que se formen un proyecto de vida para esa etapa futura, que practiquen el ahorro y preserven su cuerpo" con ejercicio y atención preventiva, añade Farfán.
La escasa cultura de previsión que garantice condiciones de autosuficiencia al llegar a esa etapa de la vida, hace que sean menos quienes pueden cubrir sus necesidades, o su estancia si se deciden por una casa de retiro o asilo.
Silvia vive sola, tiene 78 años, sufraga la mayor parte de sus gastos con dos pensiones: la de viudez y la que recibe luego de más de 30 años de trabajo.
Pero sigue su vida laboral, porque de otra forma no podría cubrir su manutención y la del departamento que habita, aunque eso la limita para acudir puntualmente a sus citas médicas y seguir al pie de la letra las indicaciones para cuidar su salud.
Martha es otro caso, a sus 84 años de edad reside, desde hace tres, en una casa de retiro en Morelos donde recibe terapias y atención especializada, convive con personas con edades e intereses afines a los suyos y recibe visitas cotidianas de sus familiares.
Su estancia tiene un costo, además del económico. Para sus cinco hijos fue difícil decidirlo, porque con la viudez se agudizó la demencia senil, el pago a una cuidadora profesional fue insuficiente para su mejor calidad de vida y las críticas de la familia lejana llegaron en cascada.
En ambos casos se asumen riesgos, pues se trata de una etapa en la vida en la que las personas requieren ser reconocidas como útiles, y el alejamiento de la familia puede llevarlas a la depresión e incrementar los males degenerativos propios de la edad, añade Farfán.
Las razones pueden ser múltiples, pero cuando el albergue se asume como la mejor opción, lo recomendable es evitar el engaño que solo propicia un avance en el deterioro por la vejez, dice la terapeuta del Instituto de Investigación en Psicología Clínica y Social.
En el círculo familiar, es fundamental mantener el sentido de correspondencia afectiva, no olvidarse de que esa mujer existe y que tiene valor como persona adulta, agrega.
En el plano de la salud advierte la necesidad de más geriatras, pues hasta ahora se acude con un médico general que atiende a la anciana con tratamientos generales o con un terapeuta, cuando se requiere personal especializados para que el adulto mayor identifique logros y supere pérdidas.
En el social hace falta reforzar esa cultura de la previsión, para que mujeres y hombres arriben a esa etapa en mejores condiciones físicas y económicas.
Datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática señalan una población de ocho millones y medio de habitantes de la tercera edad, y una longevidad para la mujer que supera en 4.5 años la esperanza de vida masculina.
La tasa de crecimiento de este sector de la población se incrementa en un promedio anual de 3.47 por ciento, cuando el de la población total lo hace en 0.88 por ciento.
El gran problema es que de esa población, sólo 3.4 millones de los mayores de 60 años permanecía ocupado (casi 71 por ciento, hombres), y la mitad de ellos trabajaba por su cuenta, es decir, sin prestaciones sociales.
Fuente: El Porvenir.com
Comments